
"10:30hs aprox, entra al consultorio en Walikale una mujer de 50 años aprox, de 90 kilos también aprox, al toque la apodé Mama Morton, como el personaje de Queen Latifah en Chicago. Ella sólo hablaba lingala (uno de los 5 idiomas oficiales que tiene el Congo), gracias a dios, estaba acompañada por su hija, que además de lingala hablaba swahili. Gracias a dios, yo estaba junto a la enfermera, que además de swahili habla francés. Gracias a dios, antes de viajar tomé unas clases de francés con Madame Marcelle Riggio. La cuestión es que desde que yo formulaba una pregunta a la paciente en mi precario francés, y ésta llegaba traducida varias veces hasta la paciente varios minutos transcurrían. La respuesta volvía a mi un rato más tarde, cuando yo ya había formulado la próxima pregunta. La confusión fue tan grande, el teléfono descompuesto fue tal, que por una simple conjuntivitis, terminé recetándole un supositorio antihemorroidal para el culo..."
Me llevo de regreso algunos recuerdos increíbles, como la campaña de desparasitación que idee, organicé y desarrollé en Walikale. Cuando pregunté entre mis colaboradores quien iría a Kampala y Bulambo, todos fueron a buscar agua para el mate, me dejaron en banda mal. Para demostrar que Dr. Congo, cuando se trata de salúd pública no arruga (mentira total, pero ya estaba en el baile), decidí ir yo mismo hasta aquellas aldeas remotas. Beatrice Lukoo, emocionada por mi actitud, se ofreció a acompañarme. A 1 Km. de Walikale entendí porque nadie había querido hacerse cargo de Kampala. Se terminaba la ruta, y sólo quedaba un camino de 7 Km. selva traviesa. Mientras el camino venía bien, yo marchaba al frente, pecho pafuera, respiración rítmica, mirada al frente, pero cuando la cosa se ponía pantanosa, la Lukoo me sobrepasaba, claro, yo no quería embarrar mis borcegos Nike y cuidaba mucho donde pisar. Ese día Beatrice Lukoo, pigmea (y por ende paticorta), renga de una pierna y tuerta de un ojo, amatambrada entre telas y telas, me demostró que el Congo no es tierra para mariconeadas burguesas. Yo cuidaba mis borcegos del barro, y ella hizo todo el camino en patas.
Será difícil olvidarme de los pibes del Congo, todos divinos, dulces y necesitados de afecto, como yo. A veces, caminando por ahí, de repente te aparece una manito de niño en tu mano. Los pibes meten su mano en la tuya para caminar unos metros con vos, me matan de ternura. El día de Kampala, Lukoo escribía los nombres de los niños, yo daba la medicación, sentado en un sillón, los niños venían hasta mí. Uno se sentó en el piso, se abrazó a mi pantorrilla y se quedó dormido, otro se durmió sobre mi espalda, en el espacio comprendido entre esta y el respaldo de la silla.
1 comentario:
che Juan, me hiciste llorar. posta.
sos un capo.
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